Historia Antigua
La separación entre la Prehistoria y la Historia propiamente dicha,
es un problema difícil. Y no lo es menos el de la identificación de los
pueblos prehistóricos (verdaderos grupos étnicos anónimos) con los
pueblos que ya tienen un nombre aceptado por los historiadores.
En
primer lugar, ha de tenerse en cuenta que la Prehistoria, más que una
Edad de la Historia, es una fase de la cultura humana, de duración
variable según el territorio cuya historia estemos estudiando. Las
fuentes del prehistoriador son materiales antropológicos y
arqueológicos: restos humanos, reliquias de la vida y del trabajo de
los hombres. Las fuentes del historiador son escritas y, como
accesorias, las mismas del prehistoriador. El prehistoriador no puede
hablar de individuos de nombre conocido, ni de pueblos, ni determinar
cronológicamente los hechos, cosa que el historiador ha de hacer
necesariamente.
Durante la Historia Antigua de la Península
Ibérica, y aunque sólo cabe hablar de pueblos ibéricos en un sentido
geográfico, se produjo un lento proceso de iberización que siguió tres
líneas fundamentales: 1) por la costa Sur y Andalucía, hasta el
estrecho de Gibraltar; 2) por la costa levantina hasta el Bajo Aragón y
el Sur de Francia (valle del Ródano); y 3) por la Meseta hasta la parte
septentrional de Extremadura.
La diversidad (étnica, cultural,
económica, política, lingüística, religiosa, etc.) fue el rasgo común
entre los pueblos peninsulares primitivos; pero pueden establecerse
unas líneas de demarcación geográfica dentro de las cuales su
caracterización era más homogénea. De este modo, las zonas Sur y Este
constituyeron el área de mayor iberización, siendo mayor su grado de
civilización por su proximidad al área tartéssica y a los enclaves
griegos y fenicios.
Dentro de este período podemos distinguir: