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Nota importante

Los elementos de esta sección (publicados por la Fundación Utopía Verde entre los años 1998 y 2013) están pendientes de revisión actualizadora: más información.

Historia Contemporánea

Siglos XIX y XX.

Este período histórico lo dividiremos por siglos. Al siglo XIX lo llamaremos la Era de la Revolución Liberal y al siglo XX lo dividiremos en dos partes: Las Guerras Mundiales y La Guerra Fría.

Desde la segunda mitad del siglo XVIII comienzan a producirse en Europa y en América una serie de transformaciones económicas y políticas que anuncian la ruptura con todo lo anterior. A este fenómeno se le denomina transición del Antiguo al Nuevo Régimen.

En torno a 1848 se puede decir que ese proceso de cambios había quedado consolidado. Esto dio lugar a que la burguesía marcara las directrices de la política y de la economía, y a que se colocara en la cúspide de la sociedad. De este modo, la estructuración en estamentos de los individuos dejó de tener vigencia, perdiendo la nobleza y el clero parte de su peso anterior. Dejó de prevalecer la procedencia familiar de la persona y se impuso el dominio de los hombres por sus riquezas.

La gestación de estos cambios vino impulsada por las ideas de la Ilustración y de sus defensores más activos, cuyo ideario encontró facilidades de difusión por varios factores.

La Revolución Industrial iniciada en Gran Bretaña dio lugar a una serie de cambios que se registraron en los continentes europeo y americano. Este hecho hizo que se alteraran las formas de producción y las relaciones entre propietarios y trabajadores, se impulsó una política imperialista que proporcionaba colonias para conseguir materias primas baratas y un mercado seguro para las manufacturas. Debido a la necesidad de carbón para el desarrollo de las nuevas máquinas, las principales áreas industriales se localizaron en torno a las minas de extracción de ese mineral: en las cuencas carboníferas de Gran Bretaña y de Bélgica, el valle del Ruhr en Alemania y en las regiones de los Allegheny de los Estados Unidos.

A continuación, fue la Revolución Norteamericana (1776) la que consiguió que una colonia de una potencia europea se independizara y creara un nuevo Estado bajo las necesidades de la burguesía.

Pero fue la Revolución Francesa (1789), la que marcó un hito importantísimo en muchos aspectos: histórico, económico, social, psicológico, etc. Su repercusión fue mayor por darse en territorio europeo y por producir fenómenos de radicalidad con connotaciones políticas, económicas y sociales que perturbaron enormemente la tranquilidad de los estamentos privilegiados de toda Europa. A raíz de la expansión de Francia durante el imperio napoleónico, se multiplicaron los movimientos nacionalistas en todos los territorios ocupados, en los que hubo una fuerte oposición al control francés, pero también un arraigo de las ideas de la Revolución Francesa, multiplicándose los que solicitaban su aplicación en sus respectivos países.

Después del Congreso de Viena, Europa sufrió una vuelta a los principios del Antiguo Régimen, pero éstos no se aplicaron tan estrictamente como antes, sino que se respetaron algunos aspectos de los ideales revolucionarios. No obstante, la burguesía no estaba dispuesta a volver a tiempos pasados cuando acababa de tener en sus manos el poder político y, de esta forma, Europa vivió tres revoluciones en la primera mitad del siglo XIX, la del año 20, la del 30 y la del 48. A partir de esta última oleada revolucionaria, se considera que la burguesía ha tomado ya las riendas del poder político y económico en Europa occidental. Además, las colonias españolas y portuguesas en América también sufren procesos revolucionarios que terminaron con la independencia de estos territorios respecto de España y Portugal.

En este ambiente, además del liberalismo, también se desarrollaron otros movimientos: el realismo, el positivismo y, sobre todo, el marxismo.

De la mano del liberalismo comenzó a divulgarse la idea del Estado-nación y con ella se desarrolló el nacionalismo, que acabaría desembocando en las unificaciones de Alemania e Italia, así como en el orgullo nacional francés. Todo esto ocurrió durante la segunda mitad del siglo XIX.

Otro fenómeno derivado de todo lo anterior, fue el colonialismo. Las potencias europeas se repartieron África y gran parte de Asia. Rusia se lanzó a la ocupación de Siberia; mientras los EE.UU. aspiraban a controlar todo el continente americano,. Por su parte, tras su Revolución Meijí, Japón comenzó su expansión por Asia y el océano Pacífico.

Ya en el siglo XX, tras una serie de crisis entre las potencias europeas por sus respectivas políticas expansionistas, tuvo lugar la Primera Guerra Mundial (1914-1919), en la que la gran perdedora fue Alemania, la cual desencadenaría posteriormente la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), en la que también perdió. Entre esas dos guerras se vivieron los felices años 20 y la Gran Depresión del 29, que produjo graves consecuencias económicas y sociales. También es de destacar la Revolución Rusa de 1917, a partir de la cual los comunistas establecieron una dictadura marxista que duró setenta años.

La segunda mitad del siglo XX se ha desarrollado en el marco de la Guerra Fría. Ésta ha consistido en el enfrentamiento del mundo capitalista (encabezado por los Estados Unidos) y el mundo comunista (dirigido por la URSS). Sus disputas se desarrollaron en terceros países y siempre con la amenaza de una guerra nuclear. Ambos Estados tenían una zona de influencia donde no podía actuar el otro.

En 1989 se disolvió el bloque comunista y, por tanto, en la actualidad el planeta permanece bajo la influencia de los EE.UU., que imponen su sistema económico y su política internacional.

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