Historia Contemporánea
Este período histórico lo dividiremos por siglos. Al siglo XIX lo
llamaremos la Era de la Revolución Liberal y al siglo XX lo dividiremos
en dos partes: Las Guerras Mundiales y La Guerra Fría.
Desde la
segunda mitad del siglo XVIII comienzan a producirse en Europa y en
América una serie de transformaciones económicas y políticas que
anuncian la ruptura con todo lo anterior. A este fenómeno se le
denomina transición del Antiguo al Nuevo Régimen.
En torno a
1848 se puede decir que ese proceso de cambios había quedado
consolidado. Esto dio lugar a que la burguesía marcara las directrices
de la política y de la economía, y a que se colocara en la cúspide de
la sociedad. De este modo, la estructuración en estamentos de los
individuos dejó de tener vigencia, perdiendo la nobleza y el clero
parte de su peso anterior. Dejó de prevalecer la procedencia familiar
de la persona y se impuso el dominio de los hombres por sus riquezas.
La
gestación de estos cambios vino impulsada por las ideas de la
Ilustración y de sus defensores más activos, cuyo ideario encontró
facilidades de difusión por varios factores.
La Revolución
Industrial iniciada en Gran Bretaña dio lugar a una serie de cambios
que se registraron en los continentes europeo y americano. Este hecho
hizo que se alteraran las formas de producción y las relaciones entre
propietarios y trabajadores, se impulsó una política imperialista que
proporcionaba colonias para conseguir materias primas baratas y un
mercado seguro para las manufacturas. Debido a la necesidad de carbón
para el desarrollo de las nuevas máquinas, las principales áreas
industriales se localizaron en torno a las minas de extracción de ese
mineral: en las cuencas carboníferas de Gran Bretaña y de Bélgica, el
valle del Ruhr en Alemania y en las regiones de los Allegheny de los
Estados Unidos.
A continuación, fue la Revolución Norteamericana
(1776) la que consiguió que una colonia de una potencia europea se
independizara y creara un nuevo Estado bajo las necesidades de la
burguesía.
Pero fue la Revolución Francesa (1789), la que marcó
un hito importantísimo en muchos aspectos: histórico, económico,
social, psicológico, etc. Su repercusión fue mayor por darse en
territorio europeo y por producir fenómenos de radicalidad con
connotaciones políticas, económicas y sociales que perturbaron
enormemente la tranquilidad de los estamentos privilegiados de toda
Europa. A raíz de la expansión de Francia durante el imperio
napoleónico, se multiplicaron los movimientos nacionalistas en todos
los territorios ocupados, en los que hubo una fuerte oposición al
control francés, pero también un arraigo de las ideas de la Revolución
Francesa, multiplicándose los que solicitaban su aplicación en sus
respectivos países.
Después del Congreso de Viena, Europa sufrió
una vuelta a los principios del Antiguo Régimen, pero éstos no se
aplicaron tan estrictamente como antes, sino que se respetaron algunos
aspectos de los ideales revolucionarios. No obstante, la burguesía no
estaba dispuesta a volver a tiempos pasados cuando acababa de tener en
sus manos el poder político y, de esta forma, Europa vivió tres
revoluciones en la primera mitad del siglo XIX, la del año 20, la del
30 y la del 48. A partir de esta última oleada revolucionaria, se
considera que la burguesía ha tomado ya las riendas del poder político
y económico en Europa occidental. Además, las colonias españolas y
portuguesas en América también sufren procesos revolucionarios que
terminaron con la independencia de estos territorios respecto de España
y Portugal.
En este ambiente, además del liberalismo, también se
desarrollaron otros movimientos: el realismo, el positivismo y, sobre
todo, el marxismo.
De la mano del liberalismo comenzó a
divulgarse la idea del Estado-nación y con ella se desarrolló el
nacionalismo, que acabaría desembocando en las unificaciones de
Alemania e Italia, así como en el orgullo nacional francés. Todo esto
ocurrió durante la segunda mitad del siglo XIX.
Otro fenómeno
derivado de todo lo anterior, fue el colonialismo. Las potencias
europeas se repartieron África y gran parte de Asia. Rusia se lanzó a
la ocupación de Siberia; mientras los EE.UU. aspiraban a controlar todo
el continente americano,. Por su parte, tras su Revolución Meijí, Japón
comenzó su expansión por Asia y el océano Pacífico.
Ya en el
siglo XX, tras una serie de crisis entre las potencias europeas por sus
respectivas políticas expansionistas, tuvo lugar la Primera Guerra
Mundial (1914-1919), en la que la gran perdedora fue Alemania, la cual
desencadenaría posteriormente la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), en
la que también perdió. Entre esas dos guerras se vivieron los felices
años 20 y la Gran Depresión del 29, que produjo graves consecuencias
económicas y sociales. También es de destacar la Revolución Rusa de
1917, a partir de la cual los comunistas establecieron una dictadura
marxista que duró setenta años.
La segunda mitad del siglo XX se
ha desarrollado en el marco de la Guerra Fría. Ésta ha consistido en el
enfrentamiento del mundo capitalista (encabezado por los Estados
Unidos) y el mundo comunista (dirigido por la URSS). Sus disputas se
desarrollaron en terceros países y siempre con la amenaza de una guerra
nuclear. Ambos Estados tenían una zona de influencia donde no podía
actuar el otro.
En 1989 se disolvió el bloque comunista y, por
tanto, en la actualidad el planeta permanece bajo la influencia de los
EE.UU., que imponen su sistema económico y su política internacional.
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