Siglo XIX
Como ya hemos visto en la Introducción a la Historia Contemporánea, el
siglo XVIII se vio inmerso en la propagación de las ideas de la
Ilustración. Esto suscitó que muchos las defendieran y otros muchos las
rechazaran por distintos motivos. El triunfo de la Revolución Francesa
supuso que media Europa soñara con realizarla en su país y la otra
mitad temblara de miedo por las consecuencias que eso supondría para
sus intereses (nos referimos a la nobleza y al clero).
En España pasó lo mismo: por un lado estaban los ilustrados y, por otro, los partidarios de la tradición.
En
los primeros años del siglo XIX el debate continuaba, al tiempo que se
contemplaban los acontecimientos que ocurrían más allá de los Pirineos.
Pero
en 1808 se produjo la ocupación francesa de la Península Ibérica, y
este hecho alteró la vida de españoles y portugueses. Napoleón hizo
reunir a la familia real española en Bayona. Después de esta reunión se
estableció que los reyes españoles renunciaban a la corona en favor de
José Bonaparte y, además, se redactó el Estatuto de Bayona: una carta
otorgada de inspiración liberal que dio Napoleón al pueblo español.
La
respuesta de la población se materializó en un levantamiento contra las
tropas francesas para restaurar a Fernando VII. Se organizaron Juntas
locales que estaban coordinadas por la Junta Suprema. De este modo, se
desarrolló la Guerra de la Independencia, que enfrentó al grueso de la
población española, apoyada por los ingleses, contra los ejércitos
napoleónicos, que también contaron con el apoyo de algunos españoles.
La
mayoría de los españoles quería la retirada de los militares franceses
y la vuelta de Fernando VII al trono de España, pero había diferencias
en cuanto a la forma de gobierno que debía desarrollar el monarca
hispano. Las bases populares, la alta nobleza y el clero, querían una
vuelta al absolutismo, mientras que una minoría de intelectuales
(mayoritariamente burgueses, aunque también había algunos nobles),
deseaba que Fernando VII reinara dentro de los límites de una
constitución liberal.
Este último grupo se retiró hasta Cádiz
por el avance de los efectivos napoleónicos hacia el Sur. Y en esa
ciudad andaluza, redactaron la Constitución de 1812, de corte liberal:
soberanía nacional, división de poderes y derechos del ciudadano.
En
1814, terminó la guerra y Fernando VII recuperó el trono de España. En
un sentido muy general, el conflicto bélico fue un desastre no sólo por
el número de muertos, un millón de una población de doce millones, sino
por la paralización del proceso de modernización económica y desarrollo
industrial que se pretendía llevar a cabo desde los años de la
Ilustración.
Después de la entrada del monarca en territorio
español, estuvo tanteando la posición de la población en torno a las
simpatías o rechazos hacia el liberalismo. A su llegada a Valencia, una
serie de personajes que pertenecían a los estamentos privilegiados
promulgaron el Manifiesto de los Persas, en el que incitaban al rey a
restaurar el absolutismo.
Una vez que Fernando VII comprobó que
tenía amplios apoyos para restaurar el absolutismo, disolvió la Junta
Suprema y la Constitución de 1812, y gobernó de forma absolutista hasta
1820, año en que fue obligado a jurar la Constitución. No obstante, la
mayoría del pueblo español estaban en contra de las ideas liberales
porque las veían afines a las de los derrotados franceses y porque
pensaban que eran contrarias a la tradición española.
De todas
formas la Constitución de 1812 marcó un hito importante y hasta los
mismos tradicionalistas le pidieron al rey que a partir de ese momento
instaurase una monarquía moderada en la que las leyes estén por encima
de los reyes; así como la creación de unas Cortes que estudiara las
medidas a tomar en el país.
Otro hecho importante es el proceso
de emancipación empredido en América durante la ocupación francesa de
la Península Ibérica y que culminará en los años 20 con la
independencia de los territorios españoles (con excepción de Cuba y
Puerto Rico) y portugueses.
Entre 1814 y 1820 se producen una
serie de pronunciamientos militares con el objetivo de instaurar un
régimen de carácter liberal que fracasaron porque los soldados se
negaron a seguir las órdenes de sus superiores: el de Mina (1814); el
de Díaz Porlier (1815); la conspiración del Triángulo (1816); el de
Lacy (1816); la conspiración de Vidal (1818).
De 1820 a 1823 se
produjo el Trienio Liberal, periodo iniciado con el Pronunciamiento de
Riego en Las Cabezas de San Juan. En esos años, los partidarios del
liberalismo intentaron una vuelta al programa jurídico de la
Constitución de Cádiz. El triunfo de esta sublevación fue fruto del mal
gobierno y del déficit económico porque hizo que los españoles
quisieran salir del clima de malestar general.
Desde el
principio, se originó una división en el seno de los liberales,
pudiéndose distinguir entre moderados y exaltados. Los moderados, hijos
de la Ilustración, eran más selectos, elitistas, aristocráticos y
relacionados con la Constitución de 1812. Los exaltados, tenían
componentes románticos y querían contar en todo momento con el apoyo de
las clases populares y de las masas urbanas; en su mayoría eran
militares y civiles que participaron de manera más o menos activa en la
vuelta del régimen constitucional en 1820.
Por su parte,
Fernando VII nunca dejó de conspirar contra los liberales. También
desde el clero, parte de la nobleza, del ejército y del campesinado se
estaba incómodo en esta situación. Las partidas absolutistas o
realistas recurrieron a las acciones guerrilleras para luchar contra el
gobierno liberal. No obstante, en 1823 el monarca pidió ayuda a Francia
y se produjo la intervención de los "Cien Mil Hijos de San Luis" para
restablecer el orden absolutista.
De este modo, de 1823 a 1833
tenemos la década absolutista donde el rey gobierna ciertamente como en
el Antiguo Régimen. Así, los liberales más comprometidos con el Trienio
liberal tuvieron que elegir el exilio en Europa ante la represión
absolutista.
En 1833 falleció el monarca y se establecieron las
Regencias de María Cristina (1833-1840) y de Espartero (1841-1843),
hasta que Isabel, heredera al trono, llegó a la mayoría de edad. En
1834, la Regente María Cristina promulgó el Estatuto Real, una carta
otorgada que supuso el nuevo punto de partida del constitucionalismo
español.En estos diez años de regencias, España asistió a la progresiva
instalación de las bases del liberalismo. Se crearan las divisiones
provinciales, los gobernadores civiles, las delegaciones
administrativas y las diputaciones provinciales. Al mismo tiempo, se
puso de manifiesto la respuesta de los sectores absolutistas, que
desembocó en la Primera Guerra Carlista (1832-1839). Otro hecho de
importancia fue la desamortización de los bienes de la Iglesia
promovida por Álvarez Mendizábal, con ello pretendió que la propiedad
pasara a manos vivas e individuales que estuvieran ligadas al régimen.
De
1844 a 1854 se desarrolló la Década Moderada. Isabel II comenzó a
reinar con 13 años, apoyándose en el partido moderado para llevar
adelante su labor gobernante y, al mismo tiempo, marginando al partido
progresista. En esta etapa de orden y paz se continuó con el proceso de
construcción del Estado liberal. Durante este tiempo los gobiernos más
importantes fueron los dos de Narváez y el de Bravo Murillo por ser los
que más duraron y los que reorganizaron política y administrativamente
al país: sustitución de las demarcaciones tradicionales de reino o
región por la provincia con un gobernador civil al frente de la
provincia y del alcalde en los municipios.
En 1845 se redactó la nueva Constitución, que ampliaba las prerrogativas reales.
De
1847 a 1860, tuvo lugar la Segunda Guerra Carlista. Las consecuencias
de las dos guerras carlistas fueron de trescientos mil muertos y el
gasto de enormes sumas de dinero. Además, no sirvieron para resolver
las disputas entre absolutistas y liberales. Por el contrario, sí
sirvió para que la política pasara a ser dominada por caudillos
militares, llamados espadones.
En 1854 tuvo lugar la
"Vicalvarada", por la cual se sublevaron los generales Dulce y
O'Donnell. Como consecuencia de este hecho comenzó el Bienio
Progresista, que duró hasta 1856. Isabel II se vio obligada a llamar a
Espartero para que formara un gabinete en el que participara O'Donnell.
En estos años se llevó a cabo la expulsión de los jesuitas. Con motivo
de una serie de motines populares, O'Donnell desarrolló una política
represiva, a la que se opuso Espartero, que llegó a presentar su
dimisión. En este período se llevó a cabo la Ley de Dasamortización de
Madoz de los bienes propios, de instrucción pública y beneficiencia.
A
continuación y desde 1856 hasta 1868, tuvo lugar el segundo período
moderado. O'Donnell asumió el poder, disolvió las Cortes y restableció
la Constitución de 1845. Aquí hay tres etapas: la primera, el bienio
moderado (1856-1858); la segunda, la del gobierno de la Unión Liberal
(1858-1863) donde se impulsó el desarrollo económico de España; y la
última, de 1863 a 1868 donde se caminó en medio de una crisis de
gobierno permanente hacia la revolución de 1868.
En septiembre
de 1868 se produjo el pronunciamiento de Prim y Topete en Cádiz. Entre
las causas de esta sublevación: la crisis financiera de 1866, las malas
cosechas de 1867 y 1868, y el agotamiento del sistema político
moderado. Después de la batalla del Puente de Alcolea, donde vencieron
los sublevados, la reina huyó a Francia y se constituyó un gobierno
provisional presidido por Serrano, que se regió por un liberalismo
democrático. Se inició así el Sexenio Revolucionario (que duraría hasta
1874). A continuación, se convocaron Cortes Constituyentes, las cuales
promulgaron la Constitución de junio de 1869, de corte liberal que
recogía el sufragio universal y directo para los varones mayores de 25
años. Se reafirmó el principio monárquico y se buscó un nuevo soberano.
Mientras eso ocurría, Serrano asumió la regencia. En noviembre de 1870
las Cortes eligieron rey a Amadeo I de Saboya, candidato de Prim, pero
al morir éste último el nuevo rey comenzó a verse atacado y
desprestigiado por los partidarios de la restauración borbónica y de la
opción republicana. Mientras tanto, se inició la Tercera Guerra
Carlista, que precipitó la abdicación de Amadeo I en 1873.
Reunidos
el Congreso y el Senado en sesión permanente, proclamaron en febrero de
1873 la I República, de carácter federal y socialista, presidida por
Estanislao Figueras. Entre sus máximas estaban el reparto de tierras a
colonos y arrendatarios. Las inserrucciones del carlismo y del
cantonalismo producirán gran inestabilidad en el gobierno republicano
que le llevará a su caída.
Al año, en 1874, el general Martínez
Campos se sublevó en Sagunto, proclamando la restauración de la
monarquía en la persona de Alfonso XII (1874-1885), primogénito de
Isabel II. Así comenzó el período conocido como Restauración, que
supuso la vuelta al poder de la burguesía agraria que dirigió el país
en la época moderada. Cánovas del Castillo fue designado jefe del
Gobierno hasta 1881, salvo breves interrupciones. Como hechos más
relevantes podemos destacar la Constitución de 1876, de carácter
moderada; el fin de la tercera guerra carlista en febrero de 1876; la
labor centralizadora jurídico-administrativa y el convenio de Zanjón
que puso fin a la guerra en Cuba.
De 1885 a 1902 se estableció
la Regencia de María Cristina de Habsburgo-Lorena, con motivo de la
minoría de edad de Alfonso XIII. Se acordó el turno de partidos en el
Pacto del Pardo entre Cánovas y Sagasta. El centralismo del liberalismo
epañol fue respondido por los movimientos nacionalistas y regionalistas
de Cataluña, País Vasco, Galicia y Valencia. En el orden social, se
hace patente el nacimiento obrero con tintes socialistas por un lado y
anarquistas por otro. En 1895 empezó el doble levantamiento
independentista de Cuba y Filipinas, que concluiría con ambas
separaciones respecto de España establecidas en el Tratado de París. Y
en 1897 se produjo el asesinato de Cánovas del Castillo. En cuanto a
los militares se consiguió alejarlos de la intervención política
concediéndoles la autonomía en su esfera de actividad, lo que se llama
el "fuero" militar. Mientras tanto la Iglesia conoció una recuperación
extraordinaria: expansión de las órdenes religiosas, recuperación de
las vocaciones religiosas, y la apertura hacia el mundo de los
trabajadores (Rerum novarum).