Reinos Cristianos
Entre los años 711 y 725, los musulmanes ocuparon casi toda la
Península Ibérica, desapareciendo, de este modo, el reino visigodo como
tal. No obstante, en Asturias y en los Pirineos resistieron pequeños
núcleos cristianos, con los que no existirá frontera hasta mediados de
siglo.
Tras unos años de sequías y malas cosechas (751-756), los
musulmanes se retiraron al Sur de la zona desértica situada a lo largo
de los ríos Duero y Ebro, aunque teniendo avanzadillas en la cuenca
media de éste último. Ello favoreció la expansión de los núcleos
cristianos que habían sobrevivido al Norte de la citada franja
desértica.
Asturias se transformó en reino tras la batalla de
Covadonga, probablemente en el año 720, cuando Pelayo se erigió rey de
su pueblo. Con Alfonso I (739-757) se repobló Asturias y se
fortificaron los puntos de contacto con las avanzadas musulmanas (las
cuales, no obstante, saquearon Asturias entre los años 794 y 795).
En
cuanto a Navarra, este territorio se mantuvo independiente de
musulmanes, asturianos y francos, apoyándose alternativamente en unos y
otros.
Por otro lado, los musulmanes fueron expulsados de la
Septimania tras la batalla de Poiters (año 732), integrándose este
territorio en el reino franco. En tiempos de Carlomagno (768-814) se
ocuparon y anexionaron los territorios situados al Norte del Ebro:
condados de Aragón, Sobrarbe, Ribagorza, Pallars y condados catalanes.
Posteriormente, en el año 793, los musulmanes atacaron Narbona y esto
indujo al establecimiento de la Marca Hispánica.
Durante el
siglo IX, las dificultades internas del Emirato de Córdoba favorecieron
las repoblaciones cristianas de las tierras yermas al norte del Duero y
del Ebro (además, en el año 1035 quedó abolido el califato cordobés y
se fragmentó su territorio en los diferentes reinos taifas).
En
el ámbito asturiano existieron diferentes repoblaciones, durante los
reinados de Alfonso II (791 - 842), Ordoño I (850 - 866) y Alfonso III
(866 - 910). Estas tierras repobladas pasaron a ser propiedad de los
labriegos y los campesinos que se asentaron en ellas. La vida económica
cotidiana se enmarcaba en las labores de la agricultura y del pastoreo,
y éstas se desarrollaron en cada pueblo. En cuanto a los intercambios
comerciales, eran inexistentes. La arquitectura asturiana experimentó
un considerable auge y tuvo influencias bizantinas, árabes y
carolingias.
Por su parte, el primer rey de Navarra fue Íñigo
Arista (820-851), cuyos sucesores mantuvieron la autonomía de este
reino respecto de las monarquías vecinas.
En el núcleo franco,
las repoblaciones comenzaron con la ocupación de Barcelona (año 801), y
continuaron hasta llegar al río Llobregat en los últimos años del
siglo. La economía de la zona estaba basada en la agricultura. Además,
se iniciaron los intercambios comerciales. En relación con la
arquitectura, cabe señalar la buena conservación de su patrimonio, así
como sus influencias clásicas.
Durante el siglo X, el auge del
Califato de Córdoba, a raíz de su independencia de Damasco con
Abderramán III, frenó la expansión de los reinos cristianos y logró
intervenir en sus cuestiones internas, así como establecerles
imposiciones y vasallajes.
Durante este siglo, Navarra controló
la política astur-leonesa, gracias al carácter ofensivo de su ejército.
A mediados de esa centuria se anexionó Aragón. No obstante todo ello,
su economía se basó en la agricultura y en el pastoreo, y se
favorecieron los contactos comerciales con los musulmanes. Además, se
realizaron acuñaciones de monedas y se crearon fábricas de armas en
Pamplona.
Aragón, Sobrarbe, Ribagorza y Pallars se incorporaron
a Navarra a lo largo de este siglo, mientras los condados de la Marca
Hispánica dependían del de Barcelona, del que se independizaron
posteriormente, ya en el siglo XI. Se favoreció una economía agraria y
ganadera, así como los intercambios comerciales con los musulmanes.
También hay que destacar el auge que experimentaron los mercados en
diferentes localidades, que por estos años iniciaron las acuñaciones de
monedas. Esta zona sirvió de correa de transmisión de la cultura
musulmana a Europa; de este modo, desde el año 888, se realizaron
traducciones latinas de tratados árabes en el monasterio de Ripoll.
El
Reino de León, estaba formado en el siglo X por Galicia, Asturias, León
y Castilla. En tiempos de Ordoño II (914-924), se produjo la ocupación
temporal de León por Abderramán III en el año 920, fecha en la que
también se conquistó La Rioja con ayuda de los navarros.
Posteriormente, los pamploneses intervinieron en la sucesión al trono
leonés, imponiendo a Alfonso IV (925-931) y Ramiro II (931-951). Tras
la batalla de Simancas (año 939), en la que el rey Ramiro II derrotó a
los musulmanes, se produjo la repoblación de Sepúlveda y de la cuenca
del río Tormes. Los sucesores, Ordoño III (951-956) y Sancho I (956 -
966), fueron monarcas impuestos por la facción navarra, cuya influencia
culminó con la subida al trono de Ramiro III (966-984). En este reinado
se registraron los ataques dirigidos por Almanzor que supusieron el
retroceso de las avanzadillas de los ejércitos cristianos. Las
actividades económicas siguieron siendo rudimentarias y no existió
acuñación de moneda hasta el reinado de Vermudo II (984-999). En este
siglo se produjo un auge de la cultura mozárabe, y como ejemplos
podemos citar la realización de la Biblia Hispalense y del Códice
Virgiliano. También hay que resaltar las importantes obras en la
arquitectura de estilo mozárabe.
Respecto al siglo XI, cabe
reseñar la desintegración del Califato en torno al año 1030, después de
la retirada del apoyo que recibía de la burguesía cordobesa. Por ello,
Córdoba dejó de jugar su papel principal y Al-Andalus quedó fragmentado
en Estados independientes llamados Reinos Taifas, que se caracterizaban
por las discordias internas continuas.
Ahora bien, la
desintegración del Califato de Córdoba favoreció el renacimiento
económico cristiano gracias a las parias, que eran los tributos de los
reinos taifas a cambio del respeto a sus fronteras por los reinos
cristianos. De esta forma, el oro recibido de las parias era repartido
por los reyes cristianos entre los diferentes nobles y personalidades
del alto clero, a los que sirvió para comprar las tierras entregadas a
los labriegos y pastores en los siglos anteriores. Esta concentración
de la propiedad condicionó el desarrollo económico y político a partir
de la Baja Edad Media.
El Reino de Navarra sufrió varias
modificaciones durante este siglo XI. A principios del siglo,
comprendió los territorios de Castilla, León, Navarra y Aragón. Durante
el reinado de Sancho El Mayor (1000-1035), se produjo el sometimiento
de la Iglesia a las normas de Roma con la reforma benedictina, base de
la cluniacense. A la muerte del monarca Sancho Garcés IV, en 1076, el
reino navarro se dividió entre castellanos y aragoneses.
En
Castilla se pasó de condado, hereditario desde finales del siglo X, a
reino bajo Fernando I (1032-1065), hijo segundo de Sancho el Mayor.
Durante este primer reinado se ejerció una fuerte influencia sobre
León. No obstante, sus sucesores, Sancho II y Alfonso VI, comenzaron a
padecer las imposiciones de la nobleza y de la Iglesia. Asimismo, la
enorme riqueza de la institución eclesiástica favoreció el auge de las
edificaciones de estilo románico.
Por su parte, el Reino de
Aragón se constituyó con Ramiro I, hijo bastardo de Sancho el Mayor, en
el año 1035. El desarrollo de este reino fue paralelo al castellano,
con los monarcas Sancho I y Pedro I.
También tenemos que
resaltar que durante el siglo XI el condado de Barcelona se independizó
de la monarquía franca. Esto tuvo lugar en el año 1018 con Berenguer
Ramón I.
En conjunto las conquistas cristianas prosiguieron con
las incursiones castellanas, aragonesas y navarras, que llevaron la
frontera hasta las cuencas del río Tajo en la zona occidental y del río
Ebro en la oriental. Ahora bien, tras la batalla de Sagrajas, en 1086,
los almorávides pusieron freno a la expansión cristiana con la victoria
ante las tropas del rey castellano Alfonso VI. De este modo, los
almorávides ocuparon los reinos taifas andaluces, portugueses y
extremeños que un año antes habían conquistado los castellanos.
Entre
el 1103 y el 1115, los almorávides consiguieron restablecer la unidad
de Al-Andalus después de acciones de conquista y asedios por parte de
aragoneses y castellanos. Éstos últimos contaron con los servicios del
Cid Campeador, que logró ocupar Valencia para Pedro I.
En el
siglo XII, existió un intento de unificar los reinos cristianos como
respuesta a la unidad que se gestó en el ámbito musulmán. Este intento
se quiso desarrollar mediante el matrimonio de Urraca de Castilla y
León (1109-1126) y Alfonso I de Navarra y Aragón (1104-1134). Ahora
bien, este intento fracasó debido a las presiones de la nobleza y del
alto clero castellanos, que hicieron todo lo posible para desbaratar
este matrimonio, no pudiéndose ,por tanto, llevarse a cabo la unidad de
los dos reinos.
No obstante, sí se hizo efectiva la unificación
entre los reinos de Aragón y Cataluña bajo la figura de Ramón Berenguer
IV (1131-1162), aunque el primer rey de Aragón y conde de Barcelona fue
Alfonso II (1162-1196).
El reino de Navarra, por su parte,
mantuvo su autonomía hasta el siglo XV, en el que Fernando el Católico
lo anexionó a Castilla.
Tras la muerte de Alfonso VII
(1126-1157), los reinos de Castilla y León sufrieron su desintegración.
También tenemos que destacar el auge que tuvieron en estas zonas los
cantares de gesta durante toda la centuria (ej: "Cantar de mío Cid").
El
siglo XII fue para Portugal el inicio de su independencia del reino
castellano-leonés. Así, en 1143 Alfonso Henriquez es reconocido
soberano por las Cortes de Lamego, y de este modo, declaraba su
independencia respecto de su antigua vinculación.
La formación
de los segundos reinos Taifas supuso el avance de la expansión de los
reinos cristianos. Los ejércitos de Castilla y León, con Alfonso I como
monarca, ocuparon Zaragoza y realizaron expediciones por tierras
valencianas, murcianas y andaluzas; aunque fueron derrotados por los
musulmanes en Fraga (1134). Aún así, los castellano-leoneses
conquistaron la cuenca del río Tajo y Almería. Por su parte, las tropas
portuguesas tomaron Lisboa, Santarem, Almada y Setúbal (1139-1147). Por
otra parte, los catalano-aragoneses ocuparon el valle del río Ebro, en
el año 1149.
En 1157, llegaron los almohades llamados por los
reinos Taifas para poner freno a la expansión cristiana. Después de
unos primeros años de avances y retrocesos, consiguieron iniciar otro
periodo de unidad en los territorios musulmanes. Los almohades tomaron
la ciudad de Almería, pero no fueron capaces de detener el avance de
los portugueses, que rebasaron la línea del río Tajo y llegaron hasta
Badajoz. También fue éste el momento escogido por los
catalano-aragoneses para repoblar la zona de Teruel. Mientras tanto,
los castellanos llegaron hasta la cuenca alta del río Júcar,
conquistaron la ciudad de Cuenca (1158-1177) y se adentraron hasta los
ríos Guadiana y Guadalquivir. No obstante, la expansión del ejército de
Castilla fue contenida por los almohades tras la batalla de Alarcos, en
1195, que, además, supuso el principio de la unificación de los
diferentes reinos Taifas, los cuales opusieron un frente homogéneo a
los diversos reinos cristianos, desde Portugal a Cataluña y desde el
río Tajo al río Ebro, pasando por el Guadiana.
El siglo XIII
comenzó con dificultades para los musulmanes, porque aparecieron los
terceros reinos Taifas, con lo que los reinos cristianos retomaran con
más fuerzas su avance hacia el Sur de la Península Ibérica.
Las
incursiones de los diferentes ejércitos cristianos abrieron paso a la
gran victoria cristiana en la batalla de las Navas de Tolosa, en 1212.
Este triunfo significó la apertura de las puertas de la conquista de
Andalucía, aunque ésta fue aplazada como consecuencia de las diversas
sequías y epidemias. En este mismo siglo, Fernando III (1217-1252),
después de realizar una serie de pactos con los dirigentes almohades,
conquistó la Baja Extremadura, Sevilla, Córdoba, Jaén y Murcia. Su
sucesor, Alfonso X (1257-1284), se dedicó a consolidar la expansión
castellana, tanto territorial como económica. En este último reinado se
fomentó bastante la cultura, debiéndose destacar las escuelas de
traductores de Toledo y de Sevilla, el desarrollo de las Universidades
y el proceso de romanización del Derecho, dirigiendo el propio monarca
la redacción de "las Siete Partidas". De igual modo, Sancho IV
(1284-1295), se lanzó a la conquista de Tarifa.
En tiempos del
rey Fernando IV (1295-1312), Castilla tenía la economía más próspera de
la Península Ibérica. Ello se debió a la repoblación de las ricas
comarcas andaluzas y al desarrollo de la ganadería, que tuvo su auge
por el incremento de las exportaciones de lanas hacia Inglaterra. Como
consecuencia de esta configuración económica, se agrandaron las
diferencias entre los distintos estamentos de la sociedad. De esta
forma, se produjo una gran concentración de la riqueza por parte de la
nobleza y del alto clero. Por otro lado, la población urbana estaba
constituida por hombres libres, mientras que en los núcleos rurales
estos hombres libres se fueron transformando en hombres de behetría
(acuerdo por el que un individuo o una aldea se acogía libremente a la
protección de un señor a cambio de determinados tributos).
También
en el ámbito castellano es de reseñar la construcción, a partir del
1221, de las primeras catedrales góticas (como las de Burgos, Toledo y
León). Estas edificaciones se realizaron a expensas de los cabildos
catedralicios, monopolizadores de las riquezas que generaban las
explotaciones ganaderas. Además, se crearon las primeras Universidades,
que nacieron por el deseo de la Iglesia de mantener bajo su control la
enseñanza. De este modo, estos centros culturales estaban sometidos a
la disciplina de la Santa Sede y fueron dirigidos por las órdenes
mendicantes. Así, en Palencia, Salamanca y Valencia (esta última en la
Corona de Aragón), se fundaron las primeras Universidades de la
Península Ibérica.
El siglo XIII significó para el reino de
Portugal la conclusión de la expansión territorial en la península.
Desde principios del siglo se rebasó la cuenca del río Tajo y se llegó
hasta el Algarve, zona que se conquistó en los últimos años de la
centuria. Este último territorio se anexionó a Portugal después de una
dura pugna con la corona castellana en tiempos de Alfonso X, que
también aspiraba al control de esa zona. En estas fechas, Portugal
vivió, con el reinado de Dionis (1278-1325), el comienzo de un periodo
de auge económico y comercial, así como el inicio de un gran desarrollo
del comercio.
El siglo XIV, supuso la entrada de los reinos
peninsulares en una profunda crisis económica, que sólo pudo
sobrellevar Castilla gracias a su riqueza ganadera, que fue el
fundamento de su posterior hegemonía en la zona. La crisis económica
que padeció la península se debió a una catastrófica epidemia de peste
que tuvo lugar hacia el año 1348. En el apartado cultural, este siglo
contó en las letras castellanas con los inmortales Arcipreste de Hita,
don Juan Manuel y el canciller López de Ayala.
Para la Corona de
Aragón, este siglo supuso el inicio de su expansión por el mar
Mediterráneo bajo el reinado de Jaime II (1291-1327). De esta forma,
por el tratado de Caltabellota se estableció la dinastía reinante en la
corona aragonesa en Sicilia. La actividad comercial se realizó en base
a las telas, los productos tintóreos, los alimenticios y las especias.
En
lo referente a la cultura, se puede destacar la construcción de
numerosas catedrales góticas (como las de Barcelona, Zaragoza y Palma
de Mallorca). Además, se comenzaron a traducir las obras de los
clásicos griegos.
Dentro de este contexto de expansión por el
Mediterráneo, los almogávares catalanes dirigidos por Roger de Flor
fundaron los ducados de Neopatria y de Atenas, que pasaron a la Corona
de Aragón en 1311.
Por otro lado, bajo el reinado de Alfonso IV
(1327-1336), se inició la etapa de decadencia económica y la
unificación definitiva de la zona catalana con los reinos de Aragón y
Valencia. De esta manera, Pedro IV (1336-1387), contribuyó a reforzar
la unidad de los territorios de la Corona de Aragón, así como de
incrementarla con nuevas zonas, incorporando las islas Baleares y
anexionando Sicilia, Neopatria y Atenas. Poco después, su sucesor, Juan
I (1387-1396), se vio obligado a sofocar sendas sublevaciones en el
Rosellón y en Cataluña. Y seguidamente, con su hermano Martín I en el
trono (1396-1410), comenzaron dentro de los círculos de poder las
luchas internas por controlar la sucesión de la corona. También fue
importante el Compromiso de Caspe en 1412.
Para Navarra, el
siglo XIV significó su continuidad dentro de su aislamiento particular.
Así, desde 1304 a 1425 este reino tuvo como monarcas a los reyes
franceses y los de la Casa de Evreux, siendo el último de ellos, Carlos
III, el que formulara el Privilegio de la Unión entre las ciudades, los
pueblos y la navarrería.
Volviendo a Castilla, tenemos que
destacar la batalla del Salado, donde los ejércitos del rey Alfonso XI
(1312-1350), vencieron a las tropas granadinas y a sus aliados
norteafricanos. Asimismo, su sucesor Pedro I, protegió a los burgueses
para que le ayudaran en su organización del sistema.
En el reino
de Portugal, el siglo XIV comenzó con el esplendor económico y
comercial del reinado de Dionis (1278-1325), durante el que la alta
nobleza y el clero trataron de consolidar sus privilegios. El auge de
esos años comenzó a decaer con Alfonso IV (1325-1356). En los reinados
de Pedro I y Fernando I, se inició una política de protección de los
comerciantes y se libró una serie de luchas con la corona castellana
que duraron hasta que en 1385 Juan I de Avis (1383-1433) consolidó la
independencia respecto de Castilla tras su victoria en la batalla de
Albujarrota.
Para finalizar, nos centraremos a continuación en
el siglo XV. Esta centuria significó para la Corona de Aragón la
continuación de su decadencia comercial, que hundía sus raíces en la
crisis económica del siglo anterior. Por otro lado, siguiendo con su
línea de expansión, el rey Alfonso V logró incorporar los territorios
de Nápoles, en 1442, y del Benevento, en el 1458. Aunque su sucesor,
Juan II (1458-1479), no pudo parar la pérdida de los condados del
Rosellón y de Cerdeña. Asimismo, este monarca consiguió, tras la
Capitulación de Villafranca en 1472, apaciguar las rebeliones de la
burguesía y de los payeses de remensa en Cataluña. Por otra parte, su
heredero fue Fernando II (1479-1516), llamado el Católico, que
consiguió mediante matrimonio con Isabel I de Castilla, la unión
dinástica de ambas coronas. Posteriormente, se logró la anexión de
Navarra y la conquista de Granada, último enclave musulmán en la
Península Ibérica. Además, el reinado de los Reyes Católicos coincidió
con un período de desarrollo económico general y con el inicio del
ciclo hegemónico de la Corona española tras el descubrimiento y
conquista de los territorios americanos.
Por su parte, el reino
de Navarra vivió disputas internas durante la primera mitad del siglo,
debido a que existieron dos facciones enfrentadas que luchaban por el
poder. Por un lado, se encontraban los agromonteses, que apoyaban al
candidato Juan (II) de Aragón, que luego tomó la corona tras la batalla
de Aibar en 1451. Y por otro lado, estaban los beamonteses, que eran
partidarios del hijo de Juan de Aragón, Carlos, y de la unión con
Francia. En 1479 la casa de Foix devolvió al reino navarro su autonomía
respecto del exterior, pero en 1512 Fernando el Católico lo ocupó y
anexionó a su corona.
En Castilla, el siglo XV supuso la
continuación del esplendor de su economía, que seguía basándose en la
exportación de lana y en la obtención de oro procedente de Granada por
medio de las parias. Además, prosiguió el auge de la nobleza y de la
Iglesia. La vida política de la primera mitad del siglo XV se vio
dañada por la confrontación del monarca Juan II con la nobleza, que le
quiso desposeer de su poder político. Esta pugna continuó durante la
segunda mitad del siglo, bajo el reinado de Enrique IV. Tras el uso de
la fuerza, se llegó al Tratado de Guisando en 1468, en el que se nombra
como sucesora a su hermana Isabel y en 1470 a su hija Juana la
Beltraneja. Esta situación dio lugar a una guerra civil que termina en
1476, tras la batalla de Toro, tras la que Isabel se convierte en
reina. Hacia 1479 se inició una guerra con Portugal, a la que se puso
fin con el Tratado de AlcaÇovas-Toledo. Con Isabel I (1476-1504), se
produjo la unión entre Castilla y la corona aragonesa, la conquista de
Granada y el Descubrimiento de América.
Por su parte, Portugal
se recuperó económicamente gracias a la exploración de vías marítimas
hacia la India. Las incursiones en el océano Atlántico se iniciaron con
el rey Juan de Avis (1383-1433), que puso a disposición de su hijo
Enrique todo lo necesario para llevar a cabo dichas empresas. Este
infante fundó en Sagres la primera escuela naval del mundo y proyectó
la exploración de la costa occidental de África. Los sucesores
mantuvieron esta política expansionista, enfrentándose con la nobleza
latifundista, que prefería los territorios peninsulares, aún a costa de
enfrentamientos con Castilla. Finalmente, el apogeo expansionista tuvo
lugar en tiempos de Manuel I (1495-1521), con el que se bordeó toda la
costa africana y se llegó, por fin, a la India.