Acueducto romano subterráneo
INTRODUCCIÓN
Bajo los Cabezos del Conquero, en
pleno Pulmón Verde de Huelva, se encuentra una joya de la
arquitectura romana.
Efectivamente, excavado bajo los cabezos se encuentra un
magnífico acueducto
subterráneo, construido por los romanos para captar las
aguas del acuífero del Conquero
y transportarlas hasta el lugar deseado. Esta maravilla de la
ingeniería fue construida
en el siglo I, fue la principal fuente de abastecimiento de agua de la
ciudad de Huelva
hasta el siglo pasado y siguió utilizándose
ordinariamente hasta principios de este
siglo. Hoy, a pesar de su desuso y abandono, aún drena
30.000 litros de agua diarios.
Principales características
El agua que circula por el Acueducto romano de los Cabezos del Conquero
no procede de
manantiales, sino de un acuífero situado bajo los cabezos
que drenan el agua a través de
galerías de captación que, al mismo tiempo,
sirven para conducirla al lugar deseado.
Esta conducción se ensanchaba en diferentes puntos de su
recorrido, formando pequeños
habitáculos que debían servir como
depósitos de agua en momentos de mayor caudal. Uno
de éstos es el que se encuentra en la Fuente Vieja.
El trazado hasta ahora conocido es de única
galería, si bien, dado que el agua proviene
de un acuífero situado con mayor capacidad hacia el Este, no
se puede descartar la
posible existencia de galerías transversales a la principal,
que ayudaran a una mayor
captación de agua.
La propia naturaleza de la construcción hace que las tareas
de limpieza hubieran de
realizarse de forma continua, ya que el proceso de
filtración motiva la existencia de un
sedimento que va taponando la propia conducción.
Conociendo el trazado del Acueducto (que, probablemente,
comenzaría junto al actual
Santuario de La Cinta y finalizaba en el cabezo de San Pedro), la
única zona que tendría
que salvar la conducción por encontrarse el terreno por
debajo de la curva de nivel de
los 20 metros, sería el correspondiente al actual Paseo de
Buenos Aires. Sólo en este
punto pudo haber existido un pequeño tramo aéreo
para mantener dicha conducción en la
misma curva de nivel.
Caudal
Aunque no resulta fácil precisar los volúmenes de
agua que transportaría esta
conducción subterránea, la Empresa Municipal de
Aguas de Huelva la estima en un mínimo
de 100.000 o 200.000 litros diarios (al menos los años de
cierta lluvia), sin pasar
probablemente -salvo quizá en algunos años muy
lluviosos- de los 500.000 litros/día
(tope éste que corresponde a una infiltración
neta de 100 mm de lluvia sobre una
extensión del orden de las 200 hectáreas
-aproximadamente la zona de carga del
acuífero-).
No obstante, hay que resaltar que ésta es una
evaluación aproximada, que carece de rigor
científico. Para poder ofrecer unas cifras más
fiables, sería necesario un estudio más
profundo que estimara la potencia y extensión del
acuífero, su porosidad, el gradiente
hidráulico, la zona de recarga y otros factores que hoy no
se conocen con precisión.
DESCRIPCIÓN
DE LA GALERÍA
De las posibles galerías antiguas que captaban y
conducían el agua a la ciudad, el
único tramo que se conoce con exactitud se encuentra en la
zona denominada Fuente Vieja.
En ella se ha podido descubrir un tramo de unos 125 m. Actuamente, el
acceso a la galería
se hace a través de la propia Fuente Vieja, lugar que recibe
este nombre porque hasta
hace pocos años había una fuente con dos
caños permanentes de agua.
Cámaras de nivelación o
depósitos
La conducción en la Fuente Vieja se ensancha formando un
pequeño habitáculo de 2´50
por 1´80 m. con una altura máxima de
2´40 m.
La pared posterior está realizada con bloques
de arenisca de mediano tamaño unidos sin argamasa. Junto a
la pared posterior y a ambos
lados se abren unos vanos rectangulares de 1´30 m. de alto
por 0´40 m. de ancho,
realizados en la misma piedra arenisca de la cámara, que
sirven de acceso a la galería.
En todo el tramo descubierto es ésta la única
cámara encontrada, aunque hay noticias,
por un obrero que trabajaba en la conducción hace algunos
años, de que bajando por el
respiradero situado en las inmediaciones del repetidor del Conquero y
en dirección Sur
había otra similar a la descrita.
Galería
Discurre en sentido Norte-Sur, perforando los Cabezos del Conquero en
la curva de nivel de
los 20 m. El recorrido es prácticamente horizontal y el
trazado en la zona estudiada
rectilíneo, con dos puntos donde se rectifica levemente la
orientación.
Las dimensiones de dicha galería son
reducidas, de 0´40 m. de ancho por 1´25 m. de alto,
y muestra dos técnicas
constructivas diferentes; una adintelada y otra abovedada.
La primera se encuentra junto a la cámara de
nivelación, a ambos lados de la misma. Las
paredes están hechas con ladrillos y el techo con lajas de
pizarra. En la parte norte,
donde ocupa mayor longitud, las lajas se van solapando, reduciendo la
altura de la
galería.
La técnica abovedada se utiliza en la mayor parte del
recorrido. En este caso la cubierta
se hace con ladrillos. Por último, hay que mencionar que la
galería se encuentra
cubierta por una capa de concreción calcárea que
a veces resalta formando alineaciones.
Lucernarios o respiraderos
Como sistema de ventilación y
acceso a la galería se utilizaban unos pozos que, excavados
desde la superficie llegaban
perpendicularmente a ella. Su diámetro es de 0´60
m. aproximadamente y la altura
dependerá de la cota que tenga el cabezo en ese punto.
Tienen forma rectangular de 0´45 m.
de ancho por 0´70 m. de largo y una altura de 0´95
m., a partir de la cual se hace
circular sin que podamos precisar hasta dónde
están forrados de ladrillos ya que se
encuentran colmatados por escombros.
En relación con los respiraderos
hay que situar un pozo que en la actualidad es visible desde la calle
Aragón, a la altura
de los solares 8-14, que perfora el cabezo de San Pedro. Cuando estos
pozos se realizaban
desde la superficie solían tener una protección a
modo de brocal realizado con ladrillos
de forma trapezoidal. En la actualidad no se conserva ninguno, pero se
sabe de su
existencia por fotografías.
LA FUENTE VIEJA
La Fuente Vieja tiene su origen en un ensanchamiento de la
conducción del Acueducto
romano de los Cabezos del Conquero. En este punto se hizo un
pequeño habitáculo para que
sirviera como depósito de agua en los momentos de mayor
caudal del citado Acueducto.
La apertura como fuente debió realizarse en un
período posterior a la construcción del
Acueducto, en un momento en el que el agua llegara con dificultad a la
ciudad por
encontrarse en estado ruinoso la galería en su tramo final
-más al Sur-.
Caudal
Actualmente, la Fuente Vieja drena un caudal aproximado de 30.000
litros diarios de agua.
La galería está bastante obstruida, no llegando
prácticamente agua por el brazo norte.
Además, la zona urbana actual es menos permeable que hace
unas décadas, por lo que la
filtración a través del terreno -que carga el
acuífero- aporta sólo una fracción
relativamente reducida del macizo poroso.
CRONOLOGÍA
Por los datos aportados, estamos ante una obra de gran envergadura,
tanto por el recorrido
que debió ocupar, como por el buen conocimiento de los
sistemas de captación de aguas
que sus autores demostraron tener. Por estas razones, los historiadores
siempre se habían
preguntado quiénes serían los autores de esta
construcción y cuándo tuvo Huelva la
demanda necesaria y los medios suficientes para realizarla.
Con anterioridad a la época romana, no conocemos en la
Península Ibérica ninguna
construcción de similares características. El
abastecimiento de agua se realizaba
mediante pozos, manantiales y a través de la recogida de
agua de lluvia.
Sabemos que los romanos poseían conocimientos suficientes
para llevar a cabo obras de
esta magnitud, tales como la realización de pozos y
galerías, tanto para la extracción
de mineral como para obtener agua. De forma genérica son
comunes en la Bética las
conducciones romanas con la tipología de galería
de bóveda de cañón.
Se sabe también que este sistema de captación era
conocido en el mundo árabe desde la
época medo-persa, recibiendo estas galerías el
nombre de "qanat". Sin embargo,
parece evidente que gran parte de las conducciones
subterráneas que en la España árabe
estaban en uso aprovechaban las antiguas obras romanas.
Que esta obra hidráulica fue realizada en época
romana-imperial, coincidiendo con el
período de mayor esplendor de la Onuba romana de mediados
del siglo I hasta principios
del siglo II de nuestra Era, lo confirman las dataciones de dos de las
muestras enviadas
para su análisis por termoluminiscencia procedentes de los
paramentos verticales de la
galería.
Posteriormente, en época medieval, debió llevarse
a cabo el arreglo de parte de la
cubierta, haciéndola abovedada. Alguno de los ladrillos
analizados pertenecientes a esa
zona nos confirman su cronología en torno a la segunda mitad
del siglo XI.
LA PRIMERA
ETAPA DOCUMENTADA:
Desde los primeros testimonios hasta finales del Siglo XVI
Desde épocas aún hoy desconocidas y hasta fechas
relativamente recientes, todo el
abastecimiento de agua de Huelva giró en torno a un
acueducto subterráneo cuyas
proporciones asombraron a quienes desde el siglo XVII trataron de
él y lo describieron.
Las transformaciones operadas en el siglo XX en cuanto a las formas de
la traída y el
consumo de agua en la población, y el definitivo
arrinconamiento de esta galería a
efectos prácticos, han terminado haciendo desaparecer de la
memoria colectiva de los
onubenses la enorme transcendencia que hasta esos momentos
había tenido el acueducto en
el desarrollo histórico de Huelva.
Era muy llamativo que una localidad como Huelva, que contaba con unos
5.000 habitantes a
finales del siglo XVIII, contara con una obra pública de tal
envergadura y presumible
antigüedad.
Excavado en los Cabezos del Conquero, probablemente desde las
inmediaciones de la ermita
de la Virgen de la Cinta, su galería consistía en
una conducción de cantería o de
mortero por la que circulaba el agua, coronada por una
bóveda de ladrillos sin mezcla a
través de la cual recibía la
filtración del acuífero del cabezo. Quiere esto
decir,
que el acueducto no conducía el agua desde un manantial
específico, sino que generaba el
propio caudal que distribuía en un sistema de
autoabastecimiento de evidente complejidad
técnica. En suave aunque variable pendiente hacia el casco
urbano de Huelva y ensanchado
regularmente por depósitos de agua que servían
para su limpieza, el acueducto recorría
los Cabezos del Conquero y llegaba a la villa de Huelva por la calle de
San Andrés,
abandonando probablemente entonces la forma de galería de
captación de aguas y
conduciendo su suministro a través de atanores hacia la
fuente de la Plaza de San Pedro
y, posiblemente, más allá.
Sin embargo, este eje longitudinal no conformaba la única
estructura subterránea del
acueducto. En realidad, la galería principal del Conquero
recibía también el aporte de
ramales transversales que, por la derecha y por la izquierda, captaban
igualmente el agua
conduciéndola al canal central. Este complicado esquema en
parrilla minaba prácticamente
la totalidad de los Cabezos del Conquero y se hacía notar en
superficie por las numerosas
lumbreras o bocas que se distribuían regularmente por los
cabezos, permitiendo el
descenso a las galerías.
No existen noticias escritas que puedan informarnos con inmediatez de
los orígenes
históricos del acueducto ni que nos acerquen a una
datación suficiente. Que, en plena
Edad Media no sólo existían ya las
galerías sino que parece que se atribuían a
tiempos
antiguos, lo sabemos por una descripción árabe de
Huelva (referencia ésta que no es
posterior al siglo XV).
El propio Ayuntamiento de Huelva decía en 1691 que estas
cañerías venían por debajo de
tierra.
De cualquier modo, lo interesante fue comprobar que, taponado el
acueducto en algún punto
de su recorrido, ya en 1515 se trataba en los plenos municipales de su
limpieza y del
reparo de una de las fuentes a las cuales conducía el agua.
La fuente pública que debía
ser arreglada era la de la Plaza de San Pedro, principal surtidor que
hasta mediados del
siglo XVIII -en que prácticamente quedó
inutilizado- alimentaba la conducción.
Aunque la de San Pedro fue a lo largo de la Edad Moderna la fuente por
excelencia de
Huelva, no sólo era ella la que recibía en el
siglo XVI el suministro del acueducto
subterráneo. Partiendo del inicio de la galería
en los Cabezos del Conquero, la primera
salida de agua controlada se encontraba en la propia ladera de los
cabezos, en una caja de
agua que tradicionalmente recibió el nombre de Fuente Vieja.
Desde allí, la conducción
se dirigía a la fuente de la Plaza de San Pedro para surtir
otra fuente que estaba en la
calle Palacio y llamaban Fuente Nueva o Fuente de la Alcoba.
La Fuente Vieja siempre manó agua más intensa y
continuadamente que la de San Pedro,
hecho comprensible si se tiene en cuenta su mucha mayor proximidad a
los focos de
captación en El Conquero. En realidad el tramo
subterráneo en el que más regularmente
se producían taponamientos y llegaba a cegarse fue el que
conducía de la Fuente Vieja a
la de San Pedro.
En cuanto a la Fuente Vieja, es indudable que en épocas de
sequía de la fuente de San
Pedro, sirvió de principal suministro de agua a la
población y podemos aventurar que su
misma construcción se realizó como
garantía de abastecimiento en tales épocas. Lo
decimos porque en realidad la Fuente Vieja no parece ser más
que la habilitación como
surtidor de uno de esos depósitos que ya vimos que se
encuentran repartidos a lo largo
del acueducto y que servían como habitáculos de
limpieza y descanso de las aguas.
Es posible, que toda la zona regada de la Vega y San
Sebastián (a derecha e izquierda del
eje del acueducto), principales extensiones hortofrutícolas
de Huelva, dependieran muy
estrechamente del acueducto a través de los caños
transversales.
SIGLO XVII
En este siglo, la opinión erudita más difundida
situaba a Onuba en el emplazamiento
físico de Gibraleón, relegando a Huelva a jugar
un papel muy secundario. No parecía
tener sentido que una infraestructura de esa magnitud pudiera tener
datación romana, dado
que era presumible que no existiera entonces suficiente
población para justificarla.
Cuando Antonio Jacobo del Barco propusiera un siglo después
la identificación de Onuba
con Huelva, el acueducto pasaría automáticamente
a ser uno de los argumentos
arqueológicos de mayor peso en la reivindicación.
De momento, sin embargo, con Onuba
identificada provisionalmente con Gibraleón, nadie
había ensayado datación alguna sobre
esta galería.
A finales del siglo XVII, el Ayuntamiento de Huelva aludía a
la falta de agua general y
al deterioro de un acueducto cuyas galerías y lumbreras
habían carecido de la limpieza y
regular retirada de escombros. Así, desde 1671 a 1691, por
falta de recursos municipales,
el acueducto había quedado abandonado a su suerte. Lo que
ahora se planteaba, era
sustituir la forma de financiación de las obras a partir de
aportes extraordinarios por
un recurso de entradas económicas que garantizaran la
limpieza anual de las galerías,
cobrando, según quería el Ayuntamiento, un
impuesto sobre el pescado. En realidad, vista
la sequía que venía sufriéndose desde
hacía unos años, no parece que la
población
tuviera otra alternativa que plegarse ante la iniciativa municipal,
siendo probable
incluso que la medida resultara a la postre más barata que
la compra del agua traída a
la villa en carretas y barcos.
De cualquier modo, por los escasos resultados que se obtuvieron a medio
plazo, no creemos
que estos ingresos permanentes terminaran asegurando el mantenimiento
de la galería.
No tenemos noticia de que se obligara a los propietarios de las tierras
de los Cabezos del
Conquero a quitar y desenraizar las viñas y
árboles plantados sobre la vertical del
acueducto. Sólo en 1772, un siglo después, se
llegó a intervenir contra dichos
propietarios.
SIGLO XVIII
Como consecuencia del terremoto ocurrido en 1755, las
galerías del acueducto se vieron
sensiblemente afectadas, produciéndose una paulatina
disminución del caudal de la Fuente
Vieja, de modo que se hizo necesario buscar otras formas sustitutorias
de abastecimiento.
La noticia del colapso del acueducto subterráneo
cruzó incluso el Atlántico y llegó a
oídos del presbítero natural de Huelva Diego
Márquez Ortiz, primer capellán, vicario y
juez eclesiástico de San José de
Juscarái, en Honduras, que decidió velar por la
cañería onubense y legar para su
reparación un total de 2.000 pesos. Si la noticia de
la muerte de Márquez Ortiz había tardado en
llegar a Huelva casi dos años completos,
otros dos años iba a tardar en llegar el dinero.
Después de innumerables trámites
burocráticos en los que se disolvió la mayor
parte del caudal del presbítero, la casa
de la contratación de Cádiz informaba por escrito
al Ayuntamiento de Huelva de la
disponibilidad del dinero.
En 1772 el cuñado del presbítero
dirigió los trabajos de reconocimiento de las
galerías del acueducto y reconstruyó las partes
deterioradas, limpió de barro y tierra
todo el cañón de la conducción,
arregló las lumbreras, devolvió la corriente a la
fuente de la Plaza de San Pedro y, no contento con eso, la condujo por
tuberías hasta una
flamante pila de mármol con sus caños de bronce
situada en la Plaza de San Juan, ahora
llamada Plaza de las Monjas. Gracias al dinero de Diego
Márquez y al frenético trabajo
de su cuñado, la galería volvió a
conducir agua al casco urbano de la villa después de
casi veinte años y el Ayuntamiento tomó plena
conciencia, si es que no la tenía ya, de
la verdadera entidad de la cañería
subterránea.
Lo cierto es que tanta abundancia tenía en 1772 la Fuente de
la Plaza de San Pedro que el
agua rebosaba de la pila y circulaba (es de suponer que canalizada) por
varias calles de
la villa, pues ya sabemos que el Consistorio decía en ese
año: "Se derrama y corre
por las calles en bastante caudal, de forma que, sin dispendio alguno,
los vecinos pobres
por donde pasa dicha agua la recogen en sus casas y usan de ella para
bebida y aseo de sus
ropas y la sobrante la utilizan varios hortelanos para la crianza de
sus legumbres".
Sólo dos años duró esta abundancia
pues a pesar de los esfuerzos tardíos de
Ayuntamiento, el acueducto se encontraba ya irremisiblemente
dañado. No puede decirse que
los 2.000 pesos de Diego Márquez se esfumaran completamente
en este plazo, pero el hecho
es que, en agosto de 1774, el Ayuntamiento hacía constar en
acta la total sequedad de la
fuente de la Plaza de las Monjas y denunciaba las acciones de los
propietarios de los
Cabezos del Conquero respecto de las lumbreras existentes en sus
tierras.
Durante todo el siglo XVIII (así como durante casi todo el
siglo XIX y parcialmente en
las primeras décadas del siglo XX), el acueducto fue el
soporte fundamental del
suministro del agua de Huelva y, si bien la fuente de la Plaza de San
Pedro y la de la
Plaza de las Monjas presentaron en adelante frecuentes intermitencias,
la Fuente Vieja
siempre mantuvo el foco de agua más caudaloso y constante
con el que pudo contar la
localidad hasta fechas relativamente recientes.
Por eso, no parece desproporcionado afirmar que el acueducto
subterráneo de Huelva fue la
obra de infraestructura más sólida, singular y de
mayores alcances con la que contó la
ciudad y, sin duda, por la importancia del abastecimiento que
aseguró, la más
insustituible.
Es bien conocido el poderoso influjo que el abastecimiento de agua (en
cantidad y calidad)
ejerció sobre las cifras de mortalidad de la sociedad del
Antiguo Régimen y no resulta
difícil mantener que, gracias al acueducto, la villa
onubense fue en términos comparados
una de las que mejor salud pública presentó en el
entorno.
No cabe duda de que Huelva permaneció ajena durante bastante
tiempo a los graves
problemas de insalubridad de otras villas, pues sul acueducto
tenía fama de dar muy buena
agua. De todos modos, no todas las aguas circulantes por los Cabezos
del Conquero debían
presentar la misma salubridad. Precisamente en el entorno del acueducto
y en los parajes
de mayor concentración de sus lumbreras existían
ciertas corrientes de agua herrumbrosa
que se destilaban por varios canales a una calleja que está
en el Valle de las Minas y
viene de los cabezos de la Fuente Vieja. No obstante, estas aguas
sulfatadas o teñidas no
parecían enturbiar la calidad del agua.
Sabemos, por otro lado, que en períodos normales el exceso
de defunciones estivales y
otoñales se explicaba por la grave incidencia en el pasado
de las enfermedades digestivas
en la época de los fuertes calores, asimilables a los
problemas hídricos y manifestadas
en graves diarreas y disenterías.
Si fue o no fue el acueducto y la relativa facilidad del
aprovisionamiento de agua lo que
produjo este positivo efecto en la salud pública onubense es
difícil demostrarlo, pero
resulta evidente que al mitigar uno de los problemas más
graves que tuvo la sociedad del
Antiguo Régimen, el acueducto mantuvo en la
población onubense un protagonismo que hoy
quizás estemos lejos de comprenderlo del todo. Una obra tan
emblemática como ésta,
forzosamente marcó la vida de los onubenses,
acompasándola con las crecidas y los
estiajes de su caudal y adaptando a su presencia los rasgos de la
sociabilidad colectiva.
Abandonado por la introducción de modos industriales en el
suministro de agua, supuso
para la población un verdadero cambio de época.
SIGLO XIX
Escasa, disputada y no siempre en buenas condiciones de salubridad, el
agua no dejó de
ser un problema recurrente para los onubenses con la llegada de la
contemporaneidad. A
principios del siglo XIX, las fuentes de abastecimiento
seguían siendo prácticamente las
mismas que habían proporcionado el suministro a la villa de
Huelva durante los últimos
siglos: el abastecimiento fundamental de la población
continuaba procediendo de las aguas
del acueducto que venían a desembocar en la conocida como
Fuente Vieja.
Situada en la ladera occidental de los Cabezos del Conquero, esta
fuente constituía en
esos años el único punto efectivo de
provisión para el vecindario, de ahí que su
exiguo caudal fuese objeto, frecuentemente, de una verdadera
sobreexplotación e incluso
motivo de alguna que otra disputa entre vecinos. Así, en
1828, el Ayuntamiento avisaba de
que el agua fluía de la Fuente Vieja demasiado turbia y
contenía miasmas que de ningún
modo podían producir beneficios a la salud
pública.
En este sentido, las órdenes municipales resultaban
expeditivas: bajo multa de cuatro
ducados, los aguadores sólo podrían tomar su
carga desde la salida del sol hasta las
nueve de la mañana, quedando a partir de esa hora la fuente
para uso exclusivo de los
vecinos que acudiesen a ella sin ánimo de lucro y
viéndose obligados aquéllos a
realizar su comercio durante el resto del día con el agua
comprada en los pozos de los
particulares.
Dos razones parecen estar en la base de estas tajantes decisiones: la
primera y más
evidente, regular el consumo de una sustancia tan vital y escasa como
el agua y, la
segunda, evitar la especulación en un abastecimiento que,
por su necesidad e
insuficiencia, venía convirtiéndose en un
auténtico negocio para los aguadores. Sin
embargo, ambas razones acababan implicando también cierto
deseo de controlar el orden
público, puesto que la Fuente Vieja se convertía
de ordinario en un foco de
enfrentamientos y disturbios entre quienes acudían para su
propio abastecimiento y
quienes lo hacían con vistas a la
comercialización del producto.
Pero si quejas había despertado la competencia entre vecinos
y acarreadores, más
enconados conflictos debió desatar la política
restrictiva del Ayuntamiento respecto del
oficio del agua cuando, incluso diez años
después, el gobernador civil seguía pidiendo
explicaciones al alcalde en relación a las disputas que
surgían cada día en torno a la
Fuente Vieja.
Así, el Ayuntamiento se vió obligado a adoptar
una disposición preventiva como la de
establecer a un guarda en la Fuente Vieja para que cuidara del aseo y
limpieza de la misma
y evitase todo desorden que pudiera ocasionarse. Sin embargo, este tipo
de medidas
paliativas de nada podía servir si no se encaraba
frontalmente la raíz del problema, es
decir, la inexistencia de suficiente caudal en la fuente y lo que
ésto suponía: la
necesidad de realizar importantes obras en el acueducto que
conducía las aguas hasta
ella.
La Diputación seguía recibiendo denuncias acerca
de la forma en que algunos vecinos
extraían el agua del acueducto por diversos pozos no
autorizados, obstruyendo
premeditadamente su curso, perjudicando así la afluencia
hacía la fuente. Ante la
llegada del verano y la previsible sequía, el gobernador
recomendaba que se enviase
algún sujeto de inteligencia y confianza para que
reconociese el curso de la galería y
detectase aquellos puntos en que las aguas eran detenidas.
La desviación forzada de las aguas del acueducto para el
consumo y riego de los huertos
por donde éste pasaba había sido una constante
durante toda la modernidad y continuaba
siendo, ya en pleno siglo XIX, causa del deterioro de su obra y un
motivo más para
quebrar la cabeza de las autoridades.
Ahora bien, no todas las carencias del suministro podían
atribuirse a estos
comportamientos furtivos. También resultaba responsabilidad
ineludible de las autoridades
locales el no acometer periódicamente las obras de limpieza
y mantenimiento que una
construcción como el acueducto exigía por su
propia naturaleza y antigüedad. Habida
cuenta el déficit continuo que experimentaron las arcas
municipales durante la mayor
parte del siglo XIX, es muy posible que no siempre fuera la dejadez o
el descuido del
Ayuntamiento lo que ocasionara el abandono de las obras, pero no deja
de ser cierto que
nunca existieron en el municipio partidas presupuestarias regularmente
dedicadas a la
conservación de las galerías y
cañerías.
Así las cosas, fue habitual que las obras sólo se
ordenaran cuando la necesidad de agua
se hacía especialmente apremiante o cuando su mal estado
amenazaba con provocar graves
daños para la salud de la población. Esta
última fue, de hecho, la razón que
motivó
en Febrero de 1843 que se destinara algún dinero para
reparar la Fuente Vieja. El
Ayuntamiento decidió enladrillar el suelo de la citada
fuente y abrir un conducto por
donde desaguase el lodo ocasionado por los mismos individuos ya citados.
Las autoridades pretendían demostrar su
preocupación por el abastecimiento con mejoras
parciales y popularizando sus esfuerzos al convertir en una verdadera
fiesta local la
inauguración de alguna fuente o la realización de
alguna obra puntual en la precaria red
de suministro de la villa.
Ahora bien, este uso político de un elemento tan
imprescindible como el agua no
conseguía ocultar la que, sin duda, venía siendo
una de las peores lacras en la gestión
de las autoridades: la ignorancia acerca de la estructura, trazado,
funcionamiento y
peculiaridades del acueducto del Conquero. Sin temor a error, puede
decirse que, a finales
de la década de los setenta, de la antigua
conducción sólo se conocían
referencias
indirectas y parciales, generalmente transmitidas por la
tradición oral o reiteradas sin
comprobación alguna en las pocas publicaciones que sobre la
Historia de Huelva se habían
escrito hasta ese momento.
Una de las mejores descripciones del acueducto con que contamos y que
atribuye su
construcción a los romanos es la obra de Baldomero Lorenzo
titulada "Onoba
Listuaria", a la que pertenece el siguiente extracto: "Su forma es
abovedada,
está construida con ladrillos cuneiformes, y toda ella en
seco o sin cemento, para
facilitar la filtración de las aguas entre los ladrillos. Su
altura va deprimiéndose a
medida que avanza en su dirección al Santuario de Nuestra
Señora de la Cinta. Esta
galería principal se bifurca en algunos sitios para buscar,
en las cañadas que forman
las ondulaciones del terreno, nuevos cauces de filtración.
Según la tradición, estos
caudales de agua se enriquecían con los
riquísimos que le enviaba la inmediata villa de
Gibraleón por medio de atanores, cuyos restos se descubren
con frecuencia en las labores
de los terrenos". (No eran pocos los onubenses que consideraban que la
mengua de los
caudales del acueducto se debía a que los vecinos de
Gibraléon habían cortado las
conducciones entre éste y el manantial que lo alimentaba).
Siguiendo con el texto, Baldomero Lorenzo y Leal nos narra que las
aguas llegaban a la
población por un conducto formado por atanores,
vaciándose en el depósito o caja
central construida en el sótano del edificio del
pósito, situado dicho sótano en la
calle La Fuente, que de aquí toma su nombre, esquina de la
Plaza de San Pedro. De este
depósito partía un caño que
surtía el Convento de Religiosas Agustinas de esta ciudad
y al vecindario en la fuente pública situada en la Plaza de
las Monjas. En tiempos más
antiguos, otro ramal surtía un depósito que
existió en la calle Palacio y, en la misma
época, otro caño llegaba hasta la Plaza de la
Merced.
Termina contando que las aguas, impregnadas de sustancias
calcáreas y magnesianas,
obstruyen con facilidad la cañería y, de tiempo
en tiempo, se hace necesario limpiar sus
sedimentos.
Si en tiempos pasados, como indicaba Lorenzo y Leal, las aguas del
acueducto del Conquero
se habían derramado generosamente por los distintos barrios
de la ciudad, lo cierto es
que antes de comenzar el último cuarto del siglo XIX,
precisamente cuando la población
empezaba a despegar al calor del desarrollo minero de la provincia y
sus necesidades
cuantitativas y cualitativas aumentaban exponencialmente, las fuentes
se habían ido
secando progresivamente: primero, la de la Plaza de las Monjas,
después la de la Plaza de
San Pedro, cuyo depósito hubo de ser abierto para poder
acceder directamente al agua.
Naturalmente, esta dramática merma del suministro
debió ir acompañada de un grave
deterioro de la calidad del agua y, en muy corto plazo,
acabaría repercutiendo sobre el
estado de salud general de los onubenses. Bien podría
atribuirse al deficiente
funcionamiento del acueducto la sorprendente elevación de la
mortalidad provocada por las
enfermedades digestivas -sin duda, directamente relacionadas con la
potabilidad de las
aguas- que, de una recortada tasa del 2´3 en el quinquenio
1841-1845 pasaron al 21´6 en
los últimos años del siglo XIX.
En este contexto, surgirían los primeros intentos de algunas
empresas privadas de dotar a
Huelva de una red de abastecimiento más completa y regular
que desplazase el agua desde
los acuíferos de la ribera de Nicoba hasta los domicilios
particulares de aquellos que lo
solicitasen.
Con todo, la mayor parte de las iniciativas administrativas
seguían centradas en la
restauración del acueducto y el Ayuntamiento
persistía en su deseo de recuperar
convenientemente el flujo de agua en las fuentes públicas de
la ciudad. Que estos
trabajos comenzaron a dar fruto difícilmente puede
cuestionarse, si juzgamos como señal
de que el agua venía manando abundantemente el que se
realizaran obras de mejora en la
Fuente de la Plaza de San Pedro en 1894, o que se iniciara, un par de
años más tarde, la
construcción de otros dos surtidores en la calle Puerto y en
la Plaza de San Francisco.
Los medios de comunicación de entonces reclamaban
atención y limpieza para el acueducto
y reconocían que éste se había
convertido para los onubenses en algo desconocido y
misterioso.
Obviamente, la siempre flaca memoria colectiva iba apartando las
antiguas galerías de su
acervo a medida que el pueblo conseguía su suministro de
agua mediante los pozos o las
acometidas de las empresas privadas.
Que los hortelanos sellaban las galerías o las perforaban
para su propio
aprovisionamiento se sabía desde antiguo. Las nuevas obras
tan sólo contribuían a
demostrar, una vez más, que esta apropiación
furtiva de las aguas había causado un gran
perjuicio a la ciudadanía, sin que la
administración municipal hubiera adoptado las
medidas idóneas para impedirlo.
A punto de encarar el siglo XX, la ciudad de Huelva, poblada ya por
más de 20.000
habitantes, requería bastante más caudal del que
podía recoger y conducir el viejo
acueducto del Conquero. Éste podría cubrir, en el
mejor de los casos, parte del
suministro doméstico, pero la realidad es que una ciudad en
expansión, ansiosa de
progreso y con proyectos de futuro necesitaba una red de abastecimiento
mucho más
compleja y moderna.
En 1897, los periódicos de la localidad denunciaban el uso
industrial de las aguas del
acueducto, que, consentido por el municipio, restringía el
consumo de la ciudadanía a
sólo dos o tres horas por la mañana. Se
exponían así las privaciones a que
seguían
sometidos los onubenses, pero además, por vez primera se
establecía una relación
directa entre la existencia del agua y el progreso de la localidad.
"Sin agua, es imposible que los veraneantes de otras provincias acudan
a
Huelva", comentaba La Provincia en el verano de
1897. Así las cosas, ya no
se trataba sólo de satisfacer una necesidad vital, sino
también de utilizar la riqueza y
potabilidad de las aguas para estimular el desarrollo
económico y social de una Huelva
que miraba esperanzada hacia el futuro.
Aunque en 1898 comenzó a barajarse la sustitución
de la vieja cañería que unía la
Fuente Vieja con la de la Plaza de San Pedro por una tubería
de gres de mayor diámetro,
ésta no se colocó hasta 1906. Entre ambos
años, no obstante, volvió a repararse el
pozo de la Soledad y se construyeron nuevas fuentes artesianas en Las
Colonias o la
barriada de Pozo Dulce.
SIGLO XX
Desde que comenzó el siglo XX, las inversiones del municipio
se dedicaron a prospectar y
elaborar un nuevo sistema de suministro que garantizase un
abastecimiento de agua estable
y abundante para la población, ocupándose tan
sólo ocasionalmente de efectuar alguna
mejora imprescindible en los aledaños de la Fuente Vieja.
La culminación del abandono
En este sentido, apenas entrado el año 1916, se
sufragarían algunas labores para
consolidar la parte de los Cabezos del Conquero situada sobre la fuente
en atención a los
daños que podría ocasionar su derrumbamiento
sobre los numerosos vecinos que continuaban
acudiendo al lugar en busca de agua. Se trataba de gente humilde que no
podía abonarse a
las nuevas compañías suministradoras que, a
cambio de una suma nada despreciable,
hacían posible el prodigio de tener un manantial permanente
dentro del propio hogar.
Poco después, a medida que se iba consolidando y extendiendo
la nueva red de
abastecimiento de agua en Huelva, el viejo acueducto romano del
Conquero fue
progresivamente abandonado y olvidado, hasta llegar a la
situación actual de absoluto
desuso.
De hecho, de los varios kilómetros que se calcula que
tenía, actualmente sólo queda en
relativo buen estado un tramo de unos 125 metros en la zona de la
Fuente Vieja.
En nuestras manos está luchar por el completo estudio,
rehabilitación y puesta en valor
de este magnífico acueducto que durante tantos siglos
garantizó el permanente
abastecimiento de agua a los ciudadanos de Huelva.
Si quieres más información sobre cómo
participar en esta tarea, visita la página de la
Plataforma Parque Moret,
que aglutina las reivindicaciones ciudadanas en torno al
Pulmón Verde de Huelva.
Fuente:
El Agua en la Historia de Huelva
Empresa Municipal de Aguas de Huelva, 1996